Así que esta mañana he decidido por fin tomar un autobús hasta el centro y mezclarme, como uno más, con el resto de mis conciudadanos.
Al principio ha resultado emocionante; el autobús venía lleno y he tenido que viajar de pie. Yo creo que algunos pasajeros me han reconocido, pero han debido de pensar que yo no era yo, sino alguien que se parecía a mí, porque nadie podría creer que el mismísimo señor alcalde fuese a viajar en un autobús repleto, sin escolta y sin esa corte de consejeros y asesores que suele rodearme cada vez que hago una aparición pública.
Además, aún faltan casi dos años para las próximas elecciones, y ni siquiera cabría imputar mi gesto a ese tufillo electoralista tan propio de la clase política.
No, nadie me ha reconocido al principio, pese a ser una persona altamente popular no sólo a nivel municipal, sino incluso en todo el país.
Nadie, excepto una niña que no ha dejado de mirarme fijamente, tirándole de la manga a su madre, mientras le cuchicheaba al oído: ¡Mira, mamá, este señor es el que sale en la televisión!” Y claro, en seguida el resto de pasajeros han vuelto la cabeza esperando reconocer en mí al famosote de turno o al presentador de tal o cual programa. Y aún ha habido quien ha exclamado con desencanto: ¡Bah, si es el alcalde!, como si ello fuera un delito, o como si tuviera que pedir perdón por no ser el tertuliano gritón y maleducado que ellos esperaban.
Pero eso no ha sido lo peor. Lejos de agradecer mi gesto de utilizar el transporte público, cuando por fin se han dado cuenta de que yo era nada más y nada menos que el alcalde la ciudad, han empezado a lloverme las imprecaciones y las peticiones de unos y de otros. Que si a ver si arreglas el pavimento de mi calle, que a ver si pones farolas en tal o cual sitio, que si a ver si bajas los impuestos porque la vida está muy cara... Y así durante no sé cuántas horas, incluso después de haber llegado a mi destino y de bajarme del autobús. Total, que esta mañana no he podido asistir al pleno municipal, y la que me ha organizado la oposición ha sido buena, porque teníamos que debatir una serie de temas de suma importancia.
Hoy, por segundo día consecutivo, he tomado el transporte público para dar ejemplo a la ciudadanía y convencerles de que éste es el medio más rápido, limpio y económico para desplazarse, y de nuevo se ha repetido la historia, solo que esta vez ya se había corrido la voz y desde el primer momento me han identificado y he sido acosado, materialmente aplastado por la multitud de conciudadanos que se acercaban a exponerme sus quejas y a hacerme sus peticiones. Así que hoy también ha habido que suspender el pleno del Ayuntamiento, porque hasta pasadas las doce no he podido ser rescatado por mis auxiliares. La oposición se ha vuelto a mostrar indignada, y me han acusado de querer aplazar la votación de los asuntos que estaban previstos en la agenda.

© Juan Ballester
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