- Pues aquí tenéis vuestra casa, cuando queráis -nos dijo cortésmente nuestra amiga Eva cuando nos despedíamos, en el umbral de la puerta, tras una agradable sobremesa.A las tres de la madrugada de ese mismo día llamamos al telefonillo de la entrada, cargados con el perro, las dos tortugas, el loro y con un camión de mudanzas lleno hasta arriba de muebles y enseres.
Pero Eva no pareció alegrarse mucho cuando supo que teníamos la intención de quedarnos a vivir en su casa, aprovechando su gentil ofrecimiento, y menos aún cuando le informamos de que habíamos vendido la nuestra esa misma tarde porque era absurdo y muy costoso mantener dos viviendas.
© Juan Ballester
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