jueves, 18 de marzo de 2010

Los gemelos

Las visitas iban llegando al tanatorio con cara de circunstancias. Apenas reparaban en el hermano, se acercaban a darle el pésame.
- Qué desgracia, Ramón, de veras que lo siento mucho…
- Hay que ver qué cosas tiene la vida… Pero aquí estoy para lo que necesites, ¿eh?
- Te acompaño en el sentimiento...
- Es un palo para todos, pero tú eres fuerte y saldrás adelante…
Parecía ensimismado, hundido en el sillón, con los ojos casi cerrados y aspecto pálido y cansado. Pero era normal después de toda una noche velando el cadáver de su hermano gemelo, del que la muerte le había separado tras treinta años de vida estre­cha­mente juntos. Tanto, que incluso a veces a ellos mismos les gustaba bromear haciéndose pasar por el otro.



Y en el estrecho habitáculo contiguo, separado por un cristal, Román descansaba para siempre dentro de la caja de pino todavía abierta y rodeada de flores. A pesar del accidente que le había costado la vida, tenía buen aspecto, parecía más dormido que otra cosa. Al verle, nadie hubiera sospechado que tres horas antes, luego de confundir al empleado de pompas fúnebres, había suplantado a Ramón y se había introducido en el féretro, tras colocar el cadáver del hermano en una de las sillas de la salita exterior.

© Juan Ballester

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