
- Siga de frente y en la tercera calle se mete a la derecha, y luego por la segunda a la izquierda, hasta el final, donde hay una farmacia, y allí verá un pasadizo peatonal. Pues entrando por el pasadizo, es la que desemboca a mano derecha.
Me extrañó que buscara esa calle, tan apartada del trasiego de la ciudad, sin comercio y sin apenas movimiento que alterase la paz que se respiraba allí dentro. Una calle que yo, sin embargo, conocía bien, y a la que de hecho me dirigía también en ese momento.
Podía haberle invitado a caminar juntos hasta allí, pero me cuesta hablar con desconocidos, así que dejé que me tomase la delantera y le seguí a unos cuantos metros de distancia. No oculto que me movía además cierta curiosidad por conocer la clase de gestión que el desconocido pretendía realizar en aquel lugar tan insólito, pues debo advertir que en la calle que buscaba solamente había una casa: la mía. Y en esa casa solamente vivía una persona: yo.
Debía llevar prisa porque sin pérdida de tiempo fue siguiendo mis indicaciones, hasta que por fin se plantó delante de la verja y llamó al timbre.
-¿Qué desea en esta casa? –le pregunté, acercándome por detrás.
- A ti, Nicolás –y sin mediar palabra me puso la mano en el hombro y caí fulminado al suelo.
© Juan Ballester
No hay comentarios:
Publicar un comentario