jueves, 15 de septiembre de 2011

Paseo nocturno


Salté por la ventana y me interné en la espesura del bosque, desnudo en medio de la noche. Mis pies descalzos chascaban innumerables ramitas que crujían bajo mi peso. Una incomprensible prisa me hacía caminar ligero. A veces la vegetación tornábase tan frondosa que me veía forzado a avanzar en cuclillas, incluso reptando, lastimándome el cuerpo con las zarzas y las ramas de los árboles. Atravesé una región pantanosa en la que me hundía hasta las rodillas en un lodo espeso formado por barro y hojas. No había terminado de cruzarlo cuando oí a mis espaldas una voz apenas perceptible, que me hizo volverme.
- ¿A dónde te crees que vas?- me preguntó lo que resultó ser una rana, mas antes de que pudiera responder ya se había zambullido en el charco, con lo cual seguí mi camino.
Finalmente mis pies volvieron a pisar suelo firme, y elegí una dirección al azar, siempre sin salir de la arboleda. Después de un buen rato alcancé a divisar una pequeña casita de ladrillo rojo con una chimenea humeante. Hacia allí me encaminé y descubrí que, cerca de la entrada, una mujer vieja y fea descansaba sentada en el tronco de un árbol caído.
- Te estaba esperando y por fin has venido.
- ¿Quién eres?- quise saber.
- Soy tu esposa, y llevo sentada aquí desde hace miles de años porque sabía que vendrías. Tengo la cena en el fuego, calentita. Sígueme.
Aunque no me agradaba la idea de estar casado con aquella bruja, entré en la casa, que por cierto era muy pequeña; apenas si cabían una mesa y dos sillas. En la chimenea se asaba un cabrito que, no obstante estar desollado, ensartado y chamuscado, hablaba en una lengua que yo podía entender. También había un pajarraco negro revoloteando sobre nuestras cabezas con aspecto de pocos amigos.
Me sentía incómodo, necesitaba huir, pues algo en mi interior me atraía hacia otro lugar. En ese instante, las paredes de la habitación se convirtieron en una tela de araña, y el cuervo era la araña y claro está que yo la víctima. La bruja y el asado aplaudían y se reían al ver la persecución a través de los pegajosos hilos. Yo daba manotazos a diestro y siniestro y sólo lograba con ello quedar más preso aún, enredado cada vez más, y el cuervo-araña se acercaba con ojos ávidos.
La bruja pronunció un conjuro indescifrable que calmó a mi perseguidor, pero no consiguió librarme de mi mordaza. Me metió entonces en un enorme saco y cargó conmigo a sus espaldas, transportándome hacia un lugar desconocido. Cuando me depositó en el suelo y me permitió ver la luz de nuevo, se había trocado en una hermosa y joven señorita. Me asió del brazo y me guió hacia un claro del bosque, iluminado por la luna llena. Observé a varios hombres arrodillados en la tierra, que a base de pico y pala abrían un agujero de considerables dimensiones. Nos detuvimos justamente ante ellos, al borde del hoyo.
- Mira, éstos son tus hijos- me informó.
- ¿Mis hijos? ¿Y qué están haciendo?
- Cavando tu fosa.
Y, con una gran carcajada, me empujó hacia dentro, donde quedé sepultado.

© Juan Ballester

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