jueves, 3 de noviembre de 2011

Al borde del abismo


No podía dormir, tumbado boca arriba en la cama. Tenía la boca pastosa y se encontraba envuelto en sudor. Miró de nuevo el reloj: las doce menos veinte.
Se levantó y anduvo hasta el comedor. Encontró el paquete de cigarrillos y extrajo uno, dándole golpes contra el mármol para apelmazar el tabaco. Luego enroscó la punta y lo prendió. Una llamarada iluminó la habitación en penumbra.
El calor era insoportable y abrió la ventana, asomándose a la noche estrellada: abajo las luces de los coches iban y venían ajenas a su angustia, y los anuncios de neón se encendían y apagaban rítmicamente, como si nada sucediera.
Arrojó el pitillo a la calle, con su ascua confundiéndose con esos puntos luminosos, y volvió a entrar dentro. Se acercó al tocadiscos y pinchó su música predilecta, la chacona para violín solo de Bach. Por un momento se sintió disco, sintió cómo una enorme mano le pinchaba también a él, aplastándole.
Llegó hasta el calendario por enésima vez: ahí estaba el tres de agosto, a punto de terminar, y debajo de esa hojita las demás aparecían en blanco, como si el año fuera a concluir justamente ese día. Podía tratarse de un error, de un fallo en la máquina impresora, pero entonces, ¿por qué esa obsesión desde que se percató del fenómeno, por qué ese temblor de su pulso? Podía haber ido a reclamar al establecimiento donde lo adquirió, informarse de si otros calendarios habían resultado también defectuosos, pero el caso es que no lo había hecho; la realidad era que dentro de unos minutos apenas, comenzaría el cuatro de agosto, y en su calendario no había ya más páginas.
Todo lo tenía preparado: la carta explicándoselo a la policía, los papeles en regla, el traje nuevo esperándole encima de la butaca. Se sirvió el último café y lo saboreó despacio, todavía disponía de casi un minuto. Arrancó la hoja del calendario, también la última, pues el segundero ya se acercaba a las doce. Salió al balcón y miró hacia abajo. Mientras caía se dió cuenta de que había sido una fuerza irresistible quien le había empujado hacia el abismo, hacia el fatal destino, hacia la acera sombría.

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