jueves, 1 de abril de 2010

El forastero

No tiene creencias, ni fe. No le interesa el arte lo más mínimo. Está en la ciudad com­ple­­ta­mente de paso, pero el destino le lleva aquella ma­ñana de Viernes Santo hasta una plaza llamada de San Agustín en el momento en que entre la multitud se destaca sobre el cielo la talla de un Cristo de Salzillo rodeado de soldados, cayendo extenuado debido al castigo a que ha sido sometido.
Se siente fastidiado, atrapado entre una mu­che­dumbre que asiste con recogi­miento al paso de la imagen.

Tratando de escapar, se ha situado sin querer en un lugar privilegiado. Su mi­rada se cruza casualmente con la de ese Cristo suplicante que mira hacia el cielo, que le está llamando, que ha puesto en el fondo de su pecho una luz desconocida, que parece observarle, y le hace bajar la vista, avergonzado, arrepentido, y llenán­dole los ojos de lágrimas.

© Juan Ballester

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