Lo primero obviamente es elegir el autobús. Debe ser uno que esté bastante lleno, con viajeros de pie, aunque no tan abarrotado que impida la huida rápida por la puerta de salida. Por eso a determinadas horas es casi imposible realizar la transacción. Y luego, hay que procurar que el conductor no te reconozca, porque si lo hace, puede poner en aviso a los pasajeros, y entonces, adiós a la posibilidad de llevar a cabo el negocio. Lo mejor es ir variando la ruta de un día para otro, sin plan preestablecido, actuar en barrios muy distantes entre sí, siempre en líneas diferentes, y tener paciencia, de nada sirve precipitarse, en la duda siempre es mejor abstenerse de actuar a la espera de una oportunidad más propicia. Y en cuanto a las mejores paradas, son esas en las que suben cuatro o cinco personas, para no destacar, para que el resto de los pasajeros no se fije demasiado en uno.
Son importantes la vestimenta y el aspecto externo, cuidando de no llamar la atención bajo ningún concepto. Ropa ni demasiado ostentosa, ni todo lo contrario. En invierno es bueno llevar abrigo o gabardina, según la climatología; mientras que en verano, lo ideal es una chaqueta ligera y a poder ser un libro o un periódico bajo el brazo, que eso siempre es un detalle que da buena imagen.

Con la práctica aprende uno a descartar candidatos. Partimos de la base de que las personas de clase acomodada raramente viajan en autobús, lo mismo que los indigentes, así que la franja socio-económica de los usuarios suele ser bastante uniforme. Además, para la transacción solamente sirven los viajeros de pie que lleven bolsillos amplios o porten bolsos, de tal forma que hay un elevado porcentaje de veces que no merece la pena ni intentarlo siquiera.
Observación y sangre fría, repito. Personas distraídas, confiadas, a veces es bueno que vayan charlando con otros pasajeros, porque de esa forma las posibilidades aumentan. Como el guepardo que deambula por la sabana africana, hay que ir oteando las piezas, sopesando la que más posibilidades de éxito ofrece, y una vez hecha la elección, ya no hay marcha atrás, te la juegas a todo o nada, te vas aproximando a ella con disimulo, como quien se va a apear del autobús, y justo en el momento de abrirse las puertas abres también ese bolso o metes la mano en ese bolsillo suelto y dejas caer allí el fajo de billetes, para a continuación descender rápidamente con la esperanza de que la persona elegida esté verdaderamente necesitada, que tu obra de caridad haya merecido una vez más la pena.
© Juan Ballester
No hay comentarios:
Publicar un comentario