jueves, 11 de agosto de 2011

Manuscrito encontrado en una cueva


Me llamo Odag y soy el último de los gigantes sobre la Tierra.
Ignoro si estas notas que estoy redactando precipitadamente llegarán a manos de los hombres, o si habrán de transcurrir cientos de años hasta que algún arqueólogo las descubra. En cualquier caso, quiero dejar este manuscrito para la posteridad, para lavar la imagen que de nosotros se ha dado.
Podrá causar escepticismo, podrá tomarse a burla, lo sé, porque muchos pensarán que los gigantes nunca han existido, que se trata sólo de una invención para los cuentos infantiles, de unos seres imaginarios. Habrá quien diga que esto es una farsa, que un gigante sería incapaz de escribir cuatro palabras medianamente inteligentes. Y sin embargo, algún día aparecerán mis huesos reposando junto a este puñado de hojas, y será la prueba evidente de que siempre hemos existido, aunque ahora solamente sobreviva yo, el último coloso, en esta era espacial y tecnificada.

Naturalmente nunca hasta hoy he desvelado mi paradero porque sé de sobra lo que hubiera sucedido: habrían empezado a llegar científicos desde diversas partes del mundo para exterminarme (bueno, oficialmente para hacerme fotografías y experimentos), y aunque no me guste mucho, prefiero vivir en esta cueva los años que me restan de vida, permanecer en la paz de mi guarida donde reposo a salvo de satélites y de benefactores.
Siento que mi vida está a punto de extinguirse, y quisiera rendir homenaje a mis antepasados, rehabilitar su memoria, porque se han escrito y dicho demasiados dislates acerca de nuestras características físicas y morales, sin conocernos en absoluto. Por tanto, debo empezar por poner en claro unos cuantos puntos referentes a nuestro aspecto externo.
Razas de gigantes han existido varias, de ahí que nuestro tamaño haya sido variable dependiendo de que se perteneciese a unas u otras. Pero la estatura media podría establecerse entre tres y cuatro metros.
Nuestra constitución se asemeja muchísimo a la de los humanos, claro está, proporcionalmente más grandes, pero en ningún caso somos seres deformes ni con aspecto de bestia, como algunos indocumentados han llegado a afirmar.
Corre la leyenda de que los gigantes vivimos cientos de años. Esto es otra patraña; lo que sucede es que a causa de nuestro tamaño gozamos de una vida más larga, pero nada más.
En realidad nada se ha hablado de cómo nacemos, de nuestra infancia (sí, aunque algunos se escandalicen, nosotros también hemos sido niños y hemos jugado con otros gigantes de nuestra edad); tampoco se ha mencionado nunca a las mujeres gigantes, como si nuestra condición fuese exclusiva del sexo masculino. Repito que la razón de todas estas omisiones es la falta de información y de interés acerca de nuestra comunidad. No interesaba que aprendiéramos a convivir todos juntos, sino que se pretendía inculcar en la población la idea de que éramos seres malignos y espantosos, así que se nos fue exterminando como si fuéramos animales peligrosos. Pero quede constancia aquí de que obviamente también han existido gigantas, y si la historia humana no menciona ninguna es tan sólo porque andaban siempre atareadas en las labores domésticas. Imaginad lo que han tenido que cocinar las pobres, con el estómago tan enorme que tenemos que llenar cada día.
Y ya que hablo de gastronomía, es vergonzoso tener que oír cosas como que los gigantes nos alimentamos de carne humana, especialmente de niño. En realidad, somos omnívoros, igual que los hombres, y comemos tanto carne como fruta o pescado. No niego que alguno de mis antepasados, sin duda unos de esos contadísimos degenerados que tan mala fama nos han creado, se aficionó a la carne de niño, pero son casos aislados y siempre los hemos considerado como indignos de pertenecer a nuestra raza.
Lo que más me duele de cuanto se ha escrito sobre los gigantes es la caracterización como seres malos y crueles. Creo que en este capítulo nos podemos comparar con el resto de los hombres. Sería inútil ocultar la fiereza que han demostrado algunos de mis congéneres, si bien en su descargo hay que señalar que estas conductas beligerantes han venido motivadas por una persecución sistemática. ¿Qué otra cosa cabía esperar entonces? Y además, el ejemplo dado por los humanos en materia de guerras no es muy edificante que digamos. Pero en cambio, no ha habido ni una palabra amable hacia los miles de gigantes pacíficos que en todas las épocas han poblado el planeta.
Siempre hemos sido la causa de las calamidades y desgracias, el blanco de los dardos, de las piedras, de las hogueras, como si fuéramos brujas ..., aunque ésa es otra historia. Y encima es de risa asistir a episodios tan bochornosos y burdos como por ejemplo que un simple mozalbete armado con una honda sea capaz de dejarnos fuera de combate, y no digamos nada si es un apuesto príncipe. Lo lógico es pensar que nosotros, de un pisotón, aplastaríamos a los humanos sin ningún riesgo.
Ya veis lo injustamente que se nos ha tratado. Nos han querido para ser el malo del cuento, que tiene encerrada a la princesa en un inexpugnable castillo, o sometido a un pueblo bajo un régimen de terror. Tal vez alguno fuera de éste tipo, pero la mayoría nos comportamos pacíficamente y nadie se ha preocupado de reflejarlo así en sus crónicas.
Y finalmente, para no extenderme demasiado puesto que a nadie podría convencer aunque expusiera mil razonamientos, lo que me asombra (mas no me extraña, conociendo la clase de individuos que han escrito sobre nosotros), es que no ha habido ninguna pluma que se haya dado cuenta de que también los gigantes nos enamoramos. Pensaban que por ser perversos, nuestro corazón (algunos cuestionarán incluso que tengamos corazón, lo sé) sólo podía generar odio, no sentimientos agradables, y mucho menos el amor. No me refiero por supuesto al amor hacia los mal llamados seres humanos, es que ni siquiera se nos permitía querer a una giganta, ni a nuestros hijos, porque tampoco nos estaba permitido tener hijos pequeños, se nos ha pintado como unos aborrecibles seres solitarios y malditos, sí, sobre todo malditos.

© Juan Ballester

No hay comentarios:

Publicar un comentario