jueves, 22 de diciembre de 2011

Las cosas del corazón

(Homenaje a una amiga insustituible que nos ha dejado hace apenas una semana)

El corazón, órgano vital por antonomasia, resulta doblemente interesante por cuanto presenta una rica cultura en la que tiende a asociarse con los sentimientos buenos o malos de las personas. Expresiones de cariño, como Mi corazón, Corazoncito, Corazón mío, etc., o del tipo Tener buen corazón, Partirse el corazón, o Estar descorazonado, demuestran a las claras que estamos ante algo más que un simple músculo. No en vano la literatura, la música, y todo el arte en general están llenos de obras y títulos que aluden al corazón en cuanto fuente de sentimientos, de filias y fobias, de amores y de odios.
Por supuesto no hay demostración científica de lo anterior, y aplicando la objetividad cabría pensar que en efecto el corazón humano, como el de cualquier otra especie animal, es una simple víscera, lo mismo que el pulmón, el hígado o el páncreas. Mas lo lo cierto es que se viene admitiendo de forma más o menos convencional que el corazón tiene un plus respecto del resto de los órganos del cuerpo, un plus que se concreta en el concepto de alma, y que sería lo que de alguna manera nos haría también diferentes al resto de las criaturas vivientes (entrar a valorar si los animales tienen o no alma nos obligaría a meternos en caminos un tanto intrincados y sería objeto por sí solo de todo un posible debate metafísico que excede la intención de estas sencillas reflexiones).
De esta forma, cuerpo y alma son los dos ingredientes del ser humano, lo tangible y lo intangible, lo material y lo espiritual. Pero así como conocemos los límites geográficos o físicos del cuerpo, desconocemos la ubicación exacta del alma, de tal forma que, por comodidad o por tradición hemos admitido que el alma de cada uno debe habitar muy cerca, por no decir dentro, del corazón. El corazón sería por tanto, y desde este punto de vista, la morada del alma, el lugar donde se cocinan los sentimientos, donde se toman gran parte de las decisiones de nuestra vida. Sería algo así como un cerebro, pero con una escala de valores completamente diferentes a la de éste. Por eso bien dijo Blaise Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.
Partiendo pues de la premisa de que el corazón humano es algo más que un músculo, por cuanto en él se ubica nuestra faceta espiritual, el siguiente paso sería plantearse cómo es ese espacio, ese recinto abstracto y que, cual pozo sin fondo, no parece tener fin. Una posible respuesta es pensar que el corazón es a los efectos que nos ocupan una simple cavidad diáfana, en la que vamos acumulando sin orden lo bueno y lo malo, y en el que de alguna manera hay incompatibilidades, puesto que no se puede amar y odiar a la vez la misma cosa o la misma persona (aunque la barrera que separa ambos sentimientos es más fina de lo que suponemos), en donde hay fidelidades eternas (como la que se siente hacia los colores de un club deportivo), otras simplemente temporales (las relaciones de pareja, una vez que se rompen), y muchas de ellas excluyentes (amar a una persona implica la mayor parte de las veces no amar de la misma forma al resto de las personas).


Pero también cabe pensar, frente a esa teoría del espacio único, que el corazón tiene la estructura de un mueble escritorio, o de un armarito chino, con abundantes compartimentos individuales de diferentes tamaños, con cajoncitos minúsculos, huecos repartidos por aquí y allá, algunos incluso solamente susceptibles de abrirse con llave, de tal forma que en él podamos guardar todos esos sentimientos que puestos en cambio en un único compartimento serían incompatibles.
Esto explicaría por ejemplo fenómenos tan diferentes como, por un lado el amor paterno o materno hacia los hijos (que permite amar simultáneamente a todos y cada uno de ellos sin que se incurra en incompa­tibilidad), y por otro la poligamia en sus variadas y sofisticadas formas. También explicaría por qué hay personas que a pesar de haberse alejado para siempre de nuestras vidas, seguimos teniéndolas presentes, por qué siguen de alguna forma ocupando un espacio en nuestros corazones. Eso explicaría por qué la persona que ha perdido a su pareja o ha roto con ella puede volver a rehacer su vida junto a otra persona, sin nece­sa­ria­­mente tener que arrasar su pasado o sobrescribir encima de lo anterior, como si de un disco duro se tratase. Eso explicaría por qué amigos de muy diferente condición social, carácter e ideología, incluso pertenecientes a diferentes ámbitos -la­boral, vecinal, familiar, docente, etc.- pueden ser una parte importante en nuestro existir diario, sin tener que renunciar a unos en favor de los otros.
Que cada cual saque sus conclusiones, que cada uno se quede con aquella teoría que más le convenga o que más se adapte a su propia experiencia. Lo único cierto es que el corazón es un misterio y que no hay teoría que pueda explicar por qué nos gusta esto y no aquello, o por qué empatizamos con unas personas y no con otras.

© Juan Ballester

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