jueves, 26 de enero de 2012

El collar de lágrimas

- Aquínopuedesentrarsinotienescollar -le dijo el oficial de la puerta.
Hablaba tan deprisa que prácticamente no se enteró de nada. Ella prefirió ignorarlo e hizo ademán de pasar.
- Tehedichoquenosepuedeentrarsincollar -repitió el hombre, esta vez un poco enojado -Quítatedelapuerta.
¿Cómo que no podía entrar? Si era su fiesta, si era la fiesta de todos los niños sin hogar. La ministra lo había anunciado la semana anterior, y ahora este bruto le impedía el paso.
- Fíjatequéfachallevasyademásnohastraídocollar -le increpó de nuevo el conserje.
- ¿Qué le pasa a mi aspecto? ¿No te gusta? -protestó la niña- De acuerdo que el vestido está un poco sucio y las zapatillas están rotas por la punta, pero nadie me dijo que había que ponerse elegante. Además, tú qué sabes.
- Siquieresentrardebesconseguiruncollar -repitió el guardián, sin hacer caso de sus observaciones.
- Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué hablas tan deprisa?
- Porquelavidaesmuycortaynosepuedeperdereltiempo.
- Pues no te saldrás con la tuya, viejo cascarrabias. Ahora verás.
La niña se puso de puntillas hasta alcanzar la ventana. Así podía ver una panorámica bastante amplia de la sala, y... ¡cuál sería su asombro cuando comprobó que, en efecto, todos los invitados llevaban puesto un collar!.
- Así que necesito un collar -se dijo, en voz lo suficientemente alta para que pudiese oírla el centinela-. ¿Y dónde me darán uno?
- Tendrásquebuscarporahíperoahoraquítatedelapuerta - contestó el otro, sin inmutarse.
Ella se alejó de la entrada, sin saber muy bien qué es lo que debía hacer. No tenía ni idea de dónde podría conseguir el dichoso collar. Dobló por la primera calle y se fijó en los escaparates: tiendas de ultramarinos, carnicerías, ferreterías, tabernas, panaderías... Nada de collares. En todo el barrio no había ningún lugar en donde tuviesen cosas de ésas.
"Quizá ese hombre sentado en la esquina sepa algo", reflexionó, mientras se encaminaba hacia un rincón mal iluminado en el que yacía un borracho semitumbado en una manta sucísima.
- Hola, ¿ha visto por aquí un collar que he perdido esta mañana?.
El otro la miró con cara de pocos amigos. Parecía que iba a contestar, pero lo que hizo fue eructar y después empezó a reírse a carcajadas y a decir unas cosas terribles con una voz que parecía salida de las cavernas.
- ¿Cómo te llamas, niña? -acertó a preguntar aquel sujeto, después de sufrir un ataque de tos.
- Estrella -replicó ella, asustada.
- Ven aquí, guapa, que quiero darte un beso.
No le gustaba nada el aspecto de aquel hombre. Era muy feo y además olía muy mal. Porque una cosa era ser pobre, como ella misma, sin ir más lejos, y otra ser sucio. Estrella al menos se aseaba todos los días con una manguera que sacaba el agua de una boca de riego gracias a un apaño que había realizado en la chabola un tío suyo.
- Dime primero si has visto mi collar. Era de cristalitos de colores -insistió la niña.
- Tu collar, tu collar -el vagabundo parecía burlarse de ella-. La gente pobre como tú no usa esas cosas.
Y de nuevo irrumpió en una escandalosa carcajada.
"¡Qué grosero!", pensó Estrella, mientras se alejaba corriendo de allí. "Esto me pasa por mentir". Y es que, efectivamente, no había perdido ningún collar esa mañana.
Siguió deambulando hasta desembocar en una amplia avenida, llena de coches y de ruido, con muchas luces intermitentes que se encendían y apagaban. Allí todos parecían llevar mucha prisa, a excepción de un hombre uniformado que se paseaba tan campante por entre los vehículos que circulaban a gran velocidad, sin preocuparle lo más mínimo que le pudieran atropellar.
- Preguntaré a aquel señor, que parece no tener nada que hacer -se dijo.
Pero para eso debía primeramente esperar a que no pasara ningún coche, lo cual le pareció misión imposible, porque cuando no venían por un lado, venían por el otro. Y cuando parecía que por fin podía cruzar sin peligro, fue tal la avalancha de peatones y caminaban además tan deprisa, que estuvieron a punto de arrollarla. Así que no le quedó más remedio que preguntarle desde la acera, a voces.
- ¡Señor, oiga señoooooor! ¿Sabe dónde venden collares por aquí cercaaaaaaaa?
El guardia no le prestó atención, más pendiente de tocar un desagradable silbato y de hacer aspavientos con los brazos que de lo que tenía lugar en aquel trozo de acera. Tuvo que desgañitarse para repetirle la pregunta, al tiempo que algunos viandantes la miraban entre curiosos y extrañados.
Esta vez el hombre de uniforme extendió su brazo en una dirección. Estrella pensó que esa indicación iba dirigida a ella, sin reparar en que, por tratarse de un agente de tráfico, se había limitado a indicar a los vehículos la forma correcta de esquivar la rotonda. Seguramente con el ruido de los motores y el de su propio silbato, ni siquiera había oído los gritos de la niña.
El caso es que Estrella buscó en la dirección que había señalado el agente, metiéndose por varias callejuelas, pero nada, ni rastro de collares ni de tenderetes donde comprar uno. Y mientras tanto, la fiesta estaría muy animada, pero cualquiera volvía sin collar teniendo que colarse delante del vigilante ese que hablaba tan raro.
Llegó a unos jardines. En una plazoleta soleada rodeada de rosales descubrió a una mujer hermosa de largos cabellos bañándose en una fuente. Y además desnuda. ¡Anda que como la pillasen los guardias…! Debía ser una mendiga, pero a Estrella le resultó simpática porque también ella se preocupaba de ir limpia y aseada, no como el vagabundo sucio de hacía un rato. Seguro que esa mujer sabía indicarle.
-Hola -dijo, acercándose al borde de la fuente. Pero la mujer de largos cabellos ni se inmutó. Seguro que con el rumor de la cascada no se había dado cuenta de la llegada de la niña.
-Hola -insistió Estrella-. ¿Cómo te llamas?
Pero por toda respuesta recibió unas cuantas salpicaduras de agua. ¡Vaya con la señorita aquella! Ni se había dignado en mirarla, tan ensimismada estaba admirando su su propia belleza de piedra. Bueno, pues ella se lo perdía. Estrella le sacó la lengua, se sacudió las gotas de agua y se alejó hacia el exterior del parque.
Ya se estaba desilusionando, y además empezaba a estar cansada. A este paso, se le iba a pasar el día entero buscando el maldito collar. Pero mira por donde, en la siguiente esquina, ¡zas!, se dio casi de narices con el escaparate de una joyería lleno de relojes, anillos y collares de todas clases. ¡Menos mal! ¡Estaba salvada!
Llamó al timbre y una empleada desde dentro le dijo que no con la cabeza. Estrella insistió, apretó tantas veces el pulsador que finalmente aquella mujer se dirigió hacia la entrada y hablándole a través de una pequeña trampilla le invitó a marcharse, porque si seguía molestndo iba a llamar a los municipales y seguro que no le gustaba meterse en líos con la policía.
Estrella se echó a llorar porque ella solamente quería comprar un collar, no era una ladrona ni nada parecido, pero al preguntarle la otra de cuánto dinero disponía, vio con desencanto que no llevaba prácticamente nada, y de esa forma nunca podría comprar el collar que necesitaba. La mujer al final no se portó mal del todo porque deslizó unas monedas por debajo de la puerta por si le servían de ayuda. Pero cuando Estrella vio que la señora empezaba a hacerle preguntas acerca de quiénes eran sus padres y dónde vivía y todo eso, salió corriendo con las dos monedas dentro del puño, bien apretado para que no se le perdieran.
Anduvo mucho rato perdida por la ciudad, acordándose de la fiesta a la que jamás podría asistir porque jamás conseguiría el collar. Qué rabia. Y ni siquiera era capaz ahora de encontrar el camino hacia su casa, porque la ciudad era inmensa y se había perdido.
No tardó en percibir cierto bullicio, y al momento se halló junto a un mercadillo, con un montón de tenderetes en los que se podía encontrar de todo, desde ropa a trastos viejos, pasando por puestos de fruta y hasta de chucherías. ¡Con las ganas que tenía ella de unas gominotas! Se acordó del dinero que le había dado la empleada de la joyería, que aún guardaba en la mano, y como ya casi había perdido la ilusión por el collar, se las gastó en golosinas, de las que dio buena cuenta en un momento tomándoselas a puñados. En uno de los puestos, un hombrecillo hacía figuritas con una navaja con unos simples trocitos de madera.
-Hola, ¿qué haces? -le preguntó.
-H o l a , g u a p a . ¿ T e h a s p e r d i d o?
Anda qué risa, ese señor hablaba tan despacio que parecía un robot.
-No, mis padres están por ahí -mintió Estrella, y se acordó de repente de lo que le había pasado unas horas antes por mentir. Pero ya no tenía remedio.
- F a b r i c o o b j e t o s d e m a d e r a , ¿ n o l o v e s ?
- Son muy bonitos.
Se quedó mirando cómo trabajaba aquel individuo de aspecto tranquilo y bonachón.
- ¿ T e g u s t a n ?
Ella estaba como fascinada viendo cómo un simple taco de madera iba transformándose en una figurita de belén, en un pajarito o en una mecedora en miniatura, por ejemplo.
De repente tuvo una idea.
-¿Tienes collares?
- C l a r o q u e t e n g o . ¿ Q u i e r e s u n c o l l a r ?
- Me encantaría tener uno. Lo necesito para la fiesta de los niños pobres que se celebra hoy.
- El hombrecillo la miró enternecido.
- ¿ T ú e r e s p o b r e ?
- Sí, vivo a las afueras, cerca de un arroyo, con unos familiares -Ya está, ahora sabría el otro que ella no tenía padres y que había mentido hace un momento. Y para diskmular, intentó cambiar de tema.- Oye, ¿por qué hablas tan despacio?
- E s q u e l a v i d a e s m u y l a r g a y h a y t i e m p o d e s o b r a p a r a t o d o . Y e n e s t e o f i c i o , t r a b a j a r c o n t r a n q u i l i d a d e s l o m á s i m p o r t a n t e .
Abrió una caja de madera cuadrada y sacó de dentro un par de collares. A Estrella se le alegraron los ojillos al verlo. ¡Qué preciosidades!
- ¿ Q u i e r e s e s t e ?
Pues claro que lo quería. Y alargó la mano para cogerlo, pero el hombre la detuvo.
- P r i m e r o t i e n e s q u e p a g a r l o .
-Ya te he dicho que soy pobre -protestó ella, con un gesto de tristeza. Y se acordó de todas las golosinas que se acababa de tomar con el dinero que le había regalado la dependienta de la joyería. Si en vez de gastarlo de esa forma se hubiera guardado algo…
-P í d e l e e l d i n e r o a t u s p a d r e s . ¿ N o d i j i s t e q u e e s t a b a n p o r a h í ?
-Yo no tengo padres. Vivo con mis tíos, y no saben que estoy aquí. Me he perdido -Estrella esta vez dijo la verdad.
-N o s e d e b e m e n t i r n u n c a . S ó l o c o n l a v e r d a d c o n s e g u i r á s l o q u e d e s e e s . A n d a , t o m a e s t e c o l l a r y v e a e s a f i e s t a .
Estrella estaba avergonzadísima. Aquel buen hombre no sólo le acababa de regalar un collar de cuentas de madera, precioso, sino que además le había dado la posibilidad de entrar por fin a la fiesta, algo con lo que ya no contaba, dadas las dificultades que había encontrado hasta ese momento. Se juró a sí misma que nunca más volvería a mentir, pasase lo que pasase.
Salió corriendo muy contenta luciendo el flamante collar alrededor del cuello, pero en realidad no tenía muy claro cómo volver hasta el lugar en donde se celebraba el baile y el posterior banquete para los niños pobres de la ciudad. Así que después de dar un montón de vueltas por callejuelas estrechas y torcidas, decidió que lo mejor era preguntar a la gente.


La primera persona que encontró fue una mujer mayor que iba cargada con unas bolsas llenas de comida y que caminaba con cierta dificultad. La pobre bastante tenía con mantener el equilibrio, y por desgracia para nada había oído hablar de una fiesta infantil por aquella zona. Estrella se alejó antes de que la vieja empezara a interrogarla, que es lo que le solía suceder casi a diario durante las interminables horas que sus tíos la dejaban sola, a merced de la providencia, buscándose la vida. Y como ella había nacido honrada y era incapaz de robar o de mendigar, la mayor parte del tiempo lo pasaba durmiendo a la intemperie o jugando en cualquier descampado o sótano mal vigilado, evitando el contacto con desconocidos porque en seguida se empeñaban en querer llamar a los servicios sociales para que se hicieran cargo de ella.
Tras dar esquinazo a la anciana, le pareció que los dos muchachos que venían de frente le podrían ayudar, pero, ay, en mala hora se acercó hasta ellos porque de un manotazo la tiraron al suelo y encima le robaron el collar que le había regalado aquel buen hombre, dándose de inmediato a la fuga. Imposible alcanzarlos, cuando se levantó ya ni se los veía, y encima le dolía mucho el hombro debido al golpe que se había dado al caer. Ahora sí que estaba irremediablemente perdida, y aunque estaba muy curtida por vivir en la calle, la niña que en el fondo aún era no pudo más y rompió a llorar amargamente, sentada al pie de la escalinata de la vieja iglesia situada en el corazón del barrio antiguo de la ciudad.
La voz dulce de aquella mujer la sacó de su desesperación. Al alzar la vista la encontró ante sí, vestida de blanco, con una cara lindísima y un cabello brillante y largo. Estrella estaba cansada, triste, dolorida y hambrienta, acordándose del collar tan precioso que le acababan de quitar aquellos malnacidos, y con él además la posibilidad de participar en la fiesta que daban precisamente en ese mismo momento para los niños sin hogar…. ¿Por qué les hacían llevar collar, si eran pobres? ¿Cómo lo habrían conseguido los demás muchachos?
-No llores, pequeña-le dijo aquella extraña mujer-. Irás a la fiesta y serás la estrella más brillante.
Y acercándose hasta la niña, recogió entre sus manos esas lágrimas que resbalaban por sus mejillas y las fue engarzando con un hilo invisible, hasta formar con ellas un espléndido collar, el más hermoso que imaginarse pueda.
Estrella no alcanzaba a comprender quién era aquella señora ni cómo había podido hacer aquella magia con sus lágrimas, aunque tenía sus sospechas. Y lo cierto es que de repente se sentía llena de luz y de alegría por dentro.
-Si bajas por esa calle, llegarás a tu fiesta. Disfruta de este día.
Y antes de poder siquiera darle las gracias, la misteriosa benefactora había desaparecido. Estrella salió corriendo calle abajo, tal como le había indicado y divisó en seguida al guardián cascarrabias, apostado en la entrada.
Al verla llegar con su mágico collar, su actitud pareció cambiar completamente.
-Nohabiahechofaltaquefuerasabuscarlotanlejos -le comentó, con una sonrisa en los labios.
-Me dijiste que lo buscara por ahí –protestó ella.
- Sinohubierassidotanmentirosayomismotehubieradadoelcollar -le desveló-. Sólolosniñosmentirosossehanquedadosincollar.
-Pues ahora ya no soy mentirosa…
-Losé.Paseustedseñoritaydiviertaseenlafiesta.
Dicho lo cual abrió para ella la enorme puerta y Estrella penetró en la lujosa estancia, en donde fue recibida entre vítores y muestras de entusiasmo por el resto de los niños.

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