Este tipo de literatura, aparte de lo que puede tener de ejercicio de habilidad, tiene a mi juicio el peligro de convertirnos en vagos de las palabras. Una cosa es economizar recursos, o quitar lo superfluo, y otra desnudar tanto la narración que acabe convirtiéndose en un mero telegrama, en detrimento de la fluidez y el estilo.
Y es que hay microrrelatos tan breves que apenas ocupan una línea. Piezas del tipo: “Llegamos bien. Tu esposa, guapísima. Te adjunto demanda de divorcio”, podría ser un ejemplo de ello.
Pero, ¿qué pasará cuando se convoque un concurso de microrrelatos con una extensión máxima de 1 palabra? ¿Podremos seguir llamando a eso ‘relato’ o ‘literatura’? ¿Dónde está el límite, pues, entre el telegrama y el relato hiperbreve?
En el Arte da la sensación de que ya está todo inventado. En el ámbito de la poesía, sin ir más lejos, existen no ya poemas sin título, que eso ha sido algo habitual durante siglos, sino incluso títulos sin poema. E igual que hay concursos de relato hiperbreve, podría haber certámenes de títulos, lo cual, dicho sea de paso, aliviaría a los miembros del jurado de leerse tantos cientos o miles de versos infames.
Sea como fuere, yo también me he apuntado últimamente a la moda de la literatura raquítica y quiero aprovechar para presentar mi último microrrelato, calentito aún puesto que lo acabo de terminar hace unos minutos. Y nadie piense que fue fácil: me ha llevado meses de trabajo, de tachar y corregir, de buscar el final rotundo y demoledor que requiere toda obra de este floreciente género.
Como se verá, al microrrelato no le sobra ni le falta nada. Y si tiene un comienzo que engancha al lector desde la primera letra, no es menos espectacular su final, que parece perderse en un eco que, como una espiral, rebota hasta los abismos más profundos del universo.
El título también me costó algunos quebraderos de cabeza. Podía haber prescindido de ponérselo, pero al igual que todos mis otros relatos lo llevan, me pareció que sería discriminar a este hijo privarle del bautismo, así que tras mucho analizar los pros y los contras, tras mucho ensayar y descartar opciones, decidí que nada mejor y más natural que emplear como título el propio contenido del microrrelato, pues en otro caso podría haber dado lugar a interpretaciones ambiguas o sesgadas o podría haberse perdido la esencia misma de la pieza.
Y sin más preámbulos, he aquí el microrrelato tal y como quedó tras su redacción definitiva. Se titula:
“Perdón”
Perdón.
© Juan Ballester
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